sábado, 14 de enero de 2012

MAESTRO FÉLIX GARCÍA.

Su historia. Primera entrega.

FÉLIX PASTOR GARCÍA LUGO nace en la ciudad de Barquisimeto, capital del estado Lara, el día 14 de enero de 1916. Cuenta actualmente con 96 años de existencia. En óptima salud para su edad. Hijo de Norberto García y María Leocadia Lugo. Su padre era oriundo de la ciudad de Coro, capital del estado Falcón, provincia ubicada al norte del estado Lara. Su madre oriunda del pueblo de Sarare, capital del municipio Simón Planas del estado Lara. De esa unión nacen cinco hijos, a saber tres hembras y dos varones. A muy corta edad las niñas fallecen por diversas causas. Solo le sobrevive su hermano José Modesto, cuatro años menor que él.

La casa de su nacimiento estaba ubicada en la carrera 22 con calle 20. Era una casa de adobe propiedad de una amiga de su madre de nombre Mauricia Cárdenas. De allí se trasladan a una casa ubicada en la carrera 24 con calle 16, en los terrenos pertenecientes a la vaquera de una hacienda, que pertenecía al General Argenis Azuaje. Para la época esa zona de la ciudad de Barquisimeto (Este) era de matorrales, veredas y potreros y no poseía el trazado cuadricular que actualmente se observa en sus calles y carreras. Era una zona de haciendas y en lo particular existían pocas viviendas, las cuales se acompañaban de corrales para la cría de cabras y ovejos, “el ganado del pobre” como le solían decir. Los hacendados eran los propietarios del ganado vacuno.

Su padre, recuerda Félix García, era un hombre extremadamente humilde. Para mantener a su familia vendía “pacas” de pasto para la alimentación de los “arreos” en los que se transportaban diversos productos desde la región de los llanos, o de la zona andina trujillana, hacia Barquisimeto. Un “arreo“es un grupo de once o más animales, burros o mulas. Ese pasto lo traía de un pastizal o potrero privado ubicado a cinco kilómetros de su casa donde su papá lo cortaba y lo compraba. Para ese entonces cada “paca” de pasto costaba 0,75 Bs., de la época. Luego las vendía por la carrera 21, desde la calle 28 hasta la calle 31, zona en donde existían hospedajes para las personas y también para el cuido de los animales. Barquisimeto era un punto comercial en donde se vendían e intercambiaban productos diversos traídos de distintos lugares. Él regresaba a su casa a las 7 u 8 de la noche, trayendo consigo el dinero producto de la venta del día y así mismo la comida para su familia: morcilla, mondongo de cerdo, lengua, chicharrón de cerdo, y otras cosas más. Había algunos días en que a veces no vendía ni una sola paca.

Inesperadamente un día el padre muere repentinamente. Ese día, cuenta Félix García, su padre se levantó temprano como siempre. Era un hombre alegre que gustaba de cantar y de asear el corral de los burros antes de marcharse al corte del pasto. Casualmente, ese día no se fue con su papá al potrero de donde traían el pasto. Más tarde, a media mañana, un amigo de la familia le trae la noticia de que su papá se había muerto, a lo que Félix le contesta: -“¿y por qué se va a morir si no estaba enfermo? El estaba alentao (sano)”... A lo que su madre le replica: -“pero andá a buscalo, que no se necesita estar enfermo para uno morirse. Que uno se muere en cualquier momento”… Se acompañó entonces de mucha gente. Se llevó una hamaca a buscar al difunto y lo trasladaron en la misma hasta la casa en donde lo velaron. Por un momento, cuando nos habla, se queda pensativo y comenta con nostalgia la inocencia de su niñez: …“el de no saber que la gente se podía morir así, de repente. Que no había que estar enfermo pa´ morirse”… Murió joven de 50 y tantos años”. Supone que fue del corazón. Su mamá se afectó mucho por la muerte del esposo. Eran una pareja muy afectiva y unida.

Por su parte la madre, que era también una mujer muy trabajadora, según sus palabras, “pilaba” maíz para la venta y así mismo, en vasijas de barro llamadas “chirguas” almacenaban agua para  vender. Por ello su mamá le ordenó un día el fabricar un carrito de madera para facilitar el transporte y la venta del preciado liquido. El agua que consumían en la ciudad provenía del Rio Turbio, al sur de la misma,  de manantiales al otro lado del rio o de aljibes o pozos artesanales privados que en algunas casas existían. Buscaban el agua para el consumo de la familia y para la venta, la cual era a 12 centavos por chirgua o su equivalente en unos recipientes metálicos llamados “lata mantequera”. Recuerda que el rio quedaba distante y su acceso era por un camino abrupto e inclinado. La diferencia de nivel entre la superficie de la ciudad y el lecho del mencionado rio era de unas cuantas decenas de metros. Con el tiempo una fuente de agua pública o “pila” fue instalada en lo que hoy es la iglesia de Altagracia. En un aparte el maestro Félix vuelve a recordar y habla de las dificultades del Barquisimeto de ayer y del comportamiento de su gente: “La vida era difícil, pero la gente se respetaba”. Nos dice, además, “que se comía sano. Se comía granos, frutas, tantas cosas buenas…”. Para él la comida de ahora no sirve, no tiene lo que él llama alimento: “¡…cuando mucho la gente llegará a los 60 años…!”.

Félix García comenzó a trabajar a los ocho años de edad para ayudar a la familia: –“Había que hacerse hombre temprano”. No aprendió a leer ni a escribir bien, por la necesidad de trabajar para la alimentación de la familia. No estudió en ninguna escuela. La lectura la aprende de una señora  que era contratada por su mamá para que le enseñara letras y números. Su primer oficio fue vender agua. Cuando su padre muere él tenía 15 años. Para entonces trabajaba albañilería, su segundo trabajo,  y le pagaban Bs 1,25 el día, lo que equivalía a Bs. 7,50 semanal. A veces ganaba 2 bolívares diarios. La albañilería la trabajó durante cinco años como único oficio.

Un buen día su amigo Antonio Aguilar le dice a modo de crítica que el trabajo de la albañilería  “era poco limpio”, por eso del trabajar con cal y cemento. A lo que le sugiere el aprender zapatería. Por ello le invitó a cambiarse de oficio y aprender a elaborar y reparar zapatos y alpargatas. No ganaba nada mientras aprendía el oficio de zapatero.  El sábado no cobraba nada. Más tarde le ofrecen pagar 3,50 bolívares el par. Hacía dos pares diarios. El cuchillo, la lezna y la silla eran sus herramientas de trabajo. Ganaba nueve reales diarios (un real equivalía a 0,50 bolívares) y le entregaba cinco reales a su madre. Así trabajó hasta hacerse “oficial” y luego trabajó independiente desde los 17 años. Así mismo, trabajó en fábricas de calzado propiedad de ciudadanos de origen italiano. Este trabajo alivió la vida de la familia. Desde los trece años hasta hace poco tiempo, que las fuerzas se lo permitieron, ha trabajado la zapatería. Sin embargo también trabajó de vez en cuando la albañilería. Hacía los dos oficios a la vez, a decir verdad. La casa donde actualmente habita, en la carrera 23 entre calles 15 y 16, fue construida por él mismo y participó en varias obras de albañilería en Barquisimeto. Hacía casas de bahareque o de adobe. En aquel entonces la construcción era mayoritariamente de adobe. Se pegaban los bloques de adobe con barro y señala que el friso “se hacía con doce latas de tierra, ocho latas de arena y tres de cal”, lo que se conocía como “terceo para friso”. Dice con orgullo: “Que con Antonio Aguilar hemos sido amigos hasta hechos hombres”.


El jugador de garrote.

Nos asegura que de niño jamás había vio “jugar palos”, ni mucho menos una pelea con palos, pero gustaba de realizar peleas imaginarias, recuerda: “Me la pasaba jugando solo,… y hacía garrotes de amargoso que los sacaba del monte. Me los llevaba a la casa a lo que mi mamá me decía: -“Félix, a esos garrotes hay que asarlos… yo los desconchaba a cuchillo, y para mi gusto quedaban bonitos”.
Un día de su infancia se desarrolló un “Tamunangue” en la calle 16 entre las carreras 23 y 24 muy cerca de su casa. Su familia, los cuatro, fueron a ver el baile en honor al santo patrono “San Antonio de Padua”. Era un “Tamunangue por promesa” en un día cualquiera. Recuerda emocionado: “-Allí bailó el maestro Baudilio Ortiz*”, nos dice. Fue el primer juego de palos que vio, “La Batalla”, y así mismo al primer jugador del cual recuerda su rostro con claridad, a Baudilio Ortiz. El maestro Ortiz era una reconocida leyenda para esa época y quién le acompañaba en el baile entonces era Tomás Ortiz, su hermano. La emoción de ver una “Batalla” se apoderó de él, comenta. Pasó el tiempo y siempre le decía a su mamá: “Algún día yo jugaré palos… ¡a mí me gustaba mucho eso!... tenía como ocho años, entonces”.

Sus primeros pasos en el juego de garrote a manera de aprendizaje formal fue con Isaías Sánchez. Este era un señor para entonces de unos 70 años de edad y vecino de su casa, que vivía por la calle 18, hoy avenida “Dr. José María Vargas”, con carrera 23. Allí se inició y aclara que aprendió lo poco que Isaías Sánchez sabía, es decir, “cuatro líneas no más… Esas eran la línea del palo de abajo, la línea del palo al pecho, la del palo a la barriga y la del palo a la cabeza... y eso me lo  enseñó usando una sola mano, no más… Antes la mayoría de los jugadores jugaban a una sola mano”. Al aprender las técnicas con Isaías Sánchez se hizo compañero de “Batalla” de su propio maestro y asistían a los Tamunangue.

Así mismo, gracias a su afición a la cacería conoce a un señor algo mayor que él de nombre Pablo Gilberto Cadevilla y que desde hacía muchos años cazaban juntos y se habían hecho buenos amigos pero Félix ni se imaginaba que aquel era un jugador consumado de palos. Cierto día que se desarrolló un Tamunangue en que participó como “batallero” junto a su maestro Isaías Sánchez allí se encontraba presente Cadevilla. Al final de su participación en el baile este lo llama y le dice: -“mirá Félix, andá el lunes por la casa que te voy a enseñá a jugar palos de verdá… ¡Ese viejito no sabe ná…!” Ese lunes por la tarde se fue como a las  4:00, a la casa del maestro Cadevilla, en la carrera 25 entre calles 19 y 20. Cadevilla  le había convidado para que pasase de 4:30 a 5:00 y comenzar a enseñarle un juego más completo, de más técnicas y con uso de las dos manos”. Aceptado el ofrecimiento hecho por su amigo Pablo Cadevilla el aprendiz Félix García se reúne con él todos los días al final de la tarde y hasta bien avanzada la noche en casa del maestro. Nos cuenta varias cosas de sus inicios en la escuela de Cadevilla llamada “El palomar”. Entre otras reconoce que se le dificultó el aprendizaje del nuevo “estilo” porque  se había acostumbrado a jugar a una sola mano y la exigencia entonces era a dos manos. Se le hizo difícil, pero aprendió, recuerda.


Duró muchos años estudiando con el maestro Pablo Cadevilla. “Eso fue desde el año 38 (1938) o 39… hasta el 47 (1947)”.   Comenta Félix García que el entrenamiento era duro ya que el maestro Cadevilla era un hombre recio y nada suave en la instrucción. Allí convida entonces a unos amigos y conocidos a aprender el arte. Recuerda entre ellos, además de Andrés Aguilar y José Presente Rodríguez, también a  Elías Salas, Antonio Parra, Eugenio Camacaro, José Rodríguez, Antonio Quero, José Escalona, Raúl Pérez, Juan Medina, Rafael Ortiz, José Presente, José Ramón Rojas y Joaquín Leal. Quince alumnos en total, y comenta con razonamiento práctico que “…habiendo más alumnos más descansaba yo, porque jugando yo solo se cansa uno más, porque es más forzado”… De todos ellos solamente Félix García practicaba directamente con el maestro Cadevilla, mientras los otros observaban, ya que mostraban cierto temor a practicar con el maestro dado lo recio de sus lances. En todo caso, Félix García fungía de monitor de sus compañeros. Algunos continuaron con el aprendizaje y alcanzaron gran destreza, otros abandonaron. Las prácticas comenzaban a las 4 ó 5 de la tarde hasta las 8 de la noche, casi todos los días. Luego, algunas veces, hasta las 10. “Era un solar muy grande. Había arboles de mamón y en el medio del patio el maestro Pablo colocó un poste, y arriba de ese palo sujetó un bombillo muy grande… Bueno, primero puso una lámpara de kerosén y después el bombillo... Al final de la práctica se bebía un poco de cocuy”.


Hace especial mención de dos de sus compañeros. Ellos son  José Presente Rodríguez y Andrés Aguilar. Del primero, según su opinión, “era muy peleón… y en una pelea le dañaron una pierna y se preocupaba no le fueran a pegar allí un palazo durante las prácticas. Vive en la calle 14 con carrera 27… Era un buen jugador de palos… Era un hombre moreno y muy fuerte”. Por lo demás lo recuerda como contemporáneo suyo. De Andrés Aguilar nos confiesa que era uno de sus mejores amigos y agrega que “…Sus últimos años ha estado muy enfermo… “guayao”, como para morirse”. Lo recuerda como muy buen jugador de palos, y sin embargo dice, no era buscador de pleitos y más bien tenía “buen carácter”. Eso sí, aclara, “si lo buscaban, peleaba… Era valiente y no tenía miedo...!”. Cuando nombra a Andrés Aguilar menciona también a los “quiboreños”. Estos eran vecinos del sector donde ellos vivían y tenían fama de ser muy brolleros, busca pleitos, y ofensivos con las palabras.

Ellos, el grupo de Pablo Cadevilla, habían tenido varios enfrentamientos con ese otro grupo el de los “quiboreños”. Uno de ellos, no recuerda bien el nombre en ese momento de la conversación, había peleado con Andrés Aguilar en seis ocasiones y en cada ocasión Andrés Aguilar vencía. A pesar de ello el otro siempre insistía. Hasta que un día se desarrolló la “ultima” pelea. Nos cuenta entonces que: “ese día estaba yo solo… arrecostado en la esquina del bar… uno que estaba ubicado allí en la Vargas con la 25… entonces se apareció Andrés Aguilar para hacerme compañía y conversar como algunas tardes en que a veces no practicábamos. Tendría yo como 24 años entonces. Nosotros llegábamos a ese sitio como a las 5 de la tarde y nos íbanos como a las 9. Compartíamos el final de la tarde entre hablar en los bares o las prácticas de garrote… Va Andrés Aguilar y me dice: “-¡García vamos a beber…! Que tengo un hipo desde hace tres meses y creo que esto se me quita bebiendo”… A lo que acepto la invitación y entonces nos compramos un litro de aguardiente, de caña clara… En ese sitio se vendía y  bebía el licor… Eso a parte de los juegos de bolas criollas, barajas y también el dominó… entonces, estando allí nosotros se aparece uno de los quiboreños de nombre Pedro María Jiménez, y entra al negocio… va e insulta a Andrés Aguilar con unas groserías... Andrés Aguilar se tomó un trago de aguardiente y se salió del negocio hacia la calle, a lo que oigo que me dice: “¡¡¡con ese carajo es que yo quiero pelear!!!”. Entonces, va el “quiboreño” lo ataca con un palo a la cabeza y Andrés se quita… y a la vez que se quitó va y lo sujetaba por la garganta y le quita el garrote con que lo atacó, con la otra mano… Luego con ese mismo palo lo puyó varias veces por el abdomen… por aquí por donde queda el hígado… Luego, va y lo empuja, cae al suelo y en el suelo le volvió a pegar con el palo”.

Luego de la “última” pelea el maestro Félix nos dice que al vencido lo recogieron unas mujeres familiares de este. Lo montaron sobre una sabana y se lo llevaron a una casa, guindado como en una hamaca. Él como preocupado por su estado de salud lo visito a los días. Lamentablemente, recuerda, Pedro María Jiménez falleció. Lo que no quedó claro fue si Andrés Aguilar cumplió condena por el hecho.

De los enfrentamientos con los “quiboreños” hace remembranza de otros encuentros ocurridos entre ambos bandos. Todos con un balance positivo a favor de su grupo, el de su maestro Pablo Cadevilla, el de la escuela “El palomar”.

*Baudilio Ortiz: Nació en El Tocuyo, el 13 de junio de 1889. Muere en 1995 en Barquisimeto.

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