Su historia. Primera entrega.
FÉLIX PASTOR GARCÍA LUGO nace en
la ciudad de Barquisimeto, capital del estado Lara, el día 14 de enero de 1916.
Cuenta actualmente con 96 años de existencia. En óptima salud para su edad.
Hijo de Norberto García y María Leocadia Lugo. Su padre era oriundo de la
ciudad de Coro, capital del estado Falcón, provincia ubicada al norte del estado
Lara. Su madre oriunda del pueblo de Sarare, capital del municipio Simón Planas
del estado Lara. De esa unión nacen cinco hijos, a saber tres hembras y dos varones.
A muy corta edad las niñas fallecen por diversas causas. Solo le sobrevive su
hermano José Modesto, cuatro años menor que él.
La casa de su nacimiento estaba
ubicada en la carrera 22 con calle 20. Era una casa de adobe propiedad de una
amiga de su madre de nombre Mauricia Cárdenas. De allí se trasladan a una casa
ubicada en la carrera 24 con calle 16, en los terrenos pertenecientes a la
vaquera de una hacienda, que pertenecía al General Argenis Azuaje. Para la
época esa zona de la ciudad de Barquisimeto (Este) era de matorrales, veredas y
potreros y no poseía el trazado cuadricular que actualmente se observa en sus
calles y carreras. Era una zona de haciendas y en lo particular existían pocas
viviendas, las cuales se acompañaban de corrales para la cría de cabras y
ovejos, “el ganado del pobre” como le solían decir. Los hacendados eran los
propietarios del ganado vacuno.
Su padre, recuerda Félix García,
era un hombre extremadamente humilde. Para mantener a su familia vendía “pacas”
de pasto para la alimentación de los “arreos” en los que se transportaban
diversos productos desde la región de los llanos, o de la zona andina
trujillana, hacia Barquisimeto. Un “arreo“es un grupo de once o más animales,
burros o mulas. Ese pasto lo traía de un pastizal o potrero privado ubicado a
cinco kilómetros de su casa donde su papá lo cortaba y lo compraba. Para ese
entonces cada “paca” de pasto costaba 0,75 Bs., de la época. Luego las vendía
por la carrera 21, desde la calle 28 hasta la calle 31, zona en donde existían
hospedajes para las personas y también para el cuido de los animales.
Barquisimeto era un punto comercial en donde se vendían e intercambiaban
productos diversos traídos de distintos lugares. Él regresaba a su casa a las 7
u 8 de la noche, trayendo consigo el dinero producto de la venta del día y así
mismo la comida para su familia: morcilla, mondongo de cerdo, lengua,
chicharrón de cerdo, y otras cosas más. Había algunos días en que a veces no
vendía ni una sola paca.
Inesperadamente un día el padre
muere repentinamente. Ese día, cuenta Félix García, su padre se levantó
temprano como siempre. Era un hombre alegre que gustaba de cantar y de asear el
corral de los burros antes de marcharse al corte del pasto. Casualmente, ese
día no se fue con su papá al potrero de donde traían el pasto. Más tarde, a
media mañana, un amigo de la familia le trae la noticia de que su papá se había
muerto, a lo que Félix le contesta: -“¿y por qué se va a morir si no estaba
enfermo? El estaba alentao (sano)”... A lo que su madre le replica: -“pero andá
a buscalo, que no se necesita estar enfermo para uno morirse. Que uno se muere
en cualquier momento”… Se acompañó entonces de mucha gente. Se llevó una hamaca
a buscar al difunto y lo trasladaron en la misma hasta la casa en donde lo
velaron. Por un momento, cuando nos habla, se queda pensativo y comenta con
nostalgia la inocencia de su niñez: …“el de no saber que la gente se podía
morir así, de repente. Que no había que estar enfermo pa´ morirse”… Murió joven
de 50 y tantos años”. Supone que fue del corazón. Su mamá se afectó mucho por
la muerte del esposo. Eran una pareja muy afectiva y unida.
Por su parte la madre, que era
también una mujer muy trabajadora, según sus palabras, “pilaba” maíz para la
venta y así mismo, en vasijas de barro llamadas “chirguas” almacenaban agua
para vender. Por ello su mamá le ordenó un día el fabricar un carrito de
madera para facilitar el transporte y la venta del preciado liquido. El agua
que consumían en la ciudad provenía del Rio Turbio, al sur de la misma,
de manantiales al otro lado del rio o de aljibes o pozos artesanales
privados que en algunas casas existían. Buscaban el agua para el consumo de la
familia y para la venta, la cual era a 12 centavos por chirgua o su equivalente
en unos recipientes metálicos llamados “lata mantequera”. Recuerda que el rio
quedaba distante y su acceso era por un camino abrupto e inclinado. La
diferencia de nivel entre la superficie de la ciudad y el lecho del mencionado
rio era de unas cuantas decenas de metros. Con el tiempo una fuente de agua
pública o “pila” fue instalada en lo que hoy es la iglesia de Altagracia. En un
aparte el maestro Félix vuelve a recordar y habla de las dificultades del
Barquisimeto de ayer y del comportamiento de su gente: “La vida era difícil,
pero la gente se respetaba”. Nos dice, además, “que se comía sano. Se comía
granos, frutas, tantas cosas buenas…”. Para él la comida de ahora no sirve, no
tiene lo que él llama alimento: “¡…cuando mucho la gente llegará a los 60
años…!”.
Félix García comenzó a trabajar a
los ocho años de edad para ayudar a la familia: –“Había que hacerse hombre
temprano”. No aprendió a leer ni a escribir bien, por la necesidad de trabajar
para la alimentación de la familia. No estudió en ninguna escuela. La lectura
la aprende de una señora que era contratada por su mamá para que le
enseñara letras y números. Su primer oficio fue vender agua. Cuando su padre
muere él tenía 15 años. Para entonces trabajaba albañilería, su segundo
trabajo, y le pagaban Bs 1,25 el día, lo que equivalía a Bs. 7,50
semanal. A veces ganaba 2 bolívares diarios. La albañilería la trabajó durante
cinco años como único oficio.
Un buen día su amigo Antonio
Aguilar le dice a modo de crítica que el trabajo de la albañilería “era
poco limpio”, por eso del trabajar con cal y cemento. A lo que le sugiere el
aprender zapatería. Por ello le invitó a cambiarse de oficio y aprender a
elaborar y reparar zapatos y alpargatas. No ganaba nada mientras aprendía el
oficio de zapatero. El sábado no cobraba nada. Más tarde le ofrecen pagar
3,50 bolívares el par. Hacía dos pares diarios. El cuchillo, la lezna y la
silla eran sus herramientas de trabajo. Ganaba nueve reales diarios (un real equivalía a 0,50 bolívares) y le entregaba cinco reales a su
madre. Así trabajó hasta hacerse “oficial” y luego trabajó independiente desde
los 17 años. Así mismo, trabajó en fábricas de calzado propiedad de ciudadanos
de origen italiano. Este trabajo alivió la vida de la familia. Desde los trece
años hasta hace poco tiempo, que las fuerzas se lo permitieron, ha trabajado la
zapatería. Sin embargo también trabajó de vez en cuando la albañilería. Hacía
los dos oficios a la vez, a decir verdad. La casa donde actualmente habita, en
la carrera 23 entre calles 15 y 16, fue construida por él mismo y participó en
varias obras de albañilería en Barquisimeto. Hacía casas de bahareque o de
adobe. En aquel entonces la construcción era mayoritariamente de adobe. Se
pegaban los bloques de adobe con barro y señala que el friso “se hacía con doce
latas de tierra, ocho latas de arena y tres de cal”, lo que se conocía como
“terceo para friso”. Dice con orgullo: “Que con Antonio Aguilar hemos sido
amigos hasta hechos hombres”.
El jugador de garrote.
Nos asegura que de niño jamás
había vio “jugar palos”, ni mucho menos una pelea con palos, pero gustaba de realizar
peleas imaginarias, recuerda: “Me la pasaba jugando solo,… y hacía garrotes de
amargoso que los sacaba del monte. Me los llevaba a la casa a lo que mi mamá me
decía: -“Félix, a esos garrotes hay que asarlos… yo los desconchaba a cuchillo,
y para mi gusto quedaban bonitos”.
Un día de su infancia se
desarrolló un “Tamunangue” en la calle 16 entre las carreras 23 y 24 muy cerca
de su casa. Su familia, los cuatro, fueron a ver el baile en honor al santo
patrono “San Antonio de Padua”. Era un “Tamunangue por promesa” en un día
cualquiera. Recuerda emocionado: “-Allí bailó el maestro Baudilio Ortiz*”, nos
dice. Fue el primer juego de palos que vio, “La Batalla”, y así mismo al primer
jugador del cual recuerda su rostro con claridad, a Baudilio Ortiz. El maestro
Ortiz era una reconocida leyenda para esa época y quién le acompañaba en el
baile entonces era Tomás Ortiz, su hermano. La emoción de ver una “Batalla” se
apoderó de él, comenta. Pasó el tiempo y siempre le decía a su mamá: “Algún día
yo jugaré palos… ¡a mí me gustaba mucho eso!... tenía como ocho años,
entonces”.
Sus primeros pasos en el juego de
garrote a manera de aprendizaje formal fue con Isaías Sánchez. Este era un
señor para entonces de unos 70 años de edad y vecino de su casa, que vivía por
la calle 18, hoy avenida “Dr. José María Vargas”, con carrera 23. Allí se
inició y aclara que aprendió lo poco que Isaías Sánchez sabía, es decir,
“cuatro líneas no más… Esas eran la línea del palo de abajo, la línea del palo
al pecho, la del palo a la barriga y la del palo a la cabeza... y eso me
lo enseñó usando una sola mano, no más… Antes la mayoría de los jugadores
jugaban a una sola mano”. Al aprender las técnicas con Isaías Sánchez se hizo
compañero de “Batalla” de su propio maestro y asistían a los Tamunangue.
Así mismo, gracias a su afición a
la cacería conoce a un señor algo mayor que él de nombre Pablo Gilberto Cadevilla
y que desde hacía muchos años cazaban juntos y se habían hecho buenos amigos
pero Félix ni se imaginaba que aquel era un jugador consumado de palos. Cierto
día que se desarrolló un Tamunangue en que participó como “batallero” junto a
su maestro Isaías Sánchez allí se encontraba presente Cadevilla. Al final de su
participación en el baile este lo llama y le dice: -“mirá Félix, andá el lunes
por la casa que te voy a enseñá a jugar palos de verdá… ¡Ese viejito no sabe
ná…!” Ese lunes por la tarde se fue como a las 4:00, a la casa del
maestro Cadevilla, en la carrera 25 entre calles 19 y 20. Cadevilla le
había convidado para que pasase de 4:30 a 5:00 y comenzar a enseñarle un juego
más completo, de más técnicas y con uso de las dos manos”. Aceptado el ofrecimiento
hecho por su amigo Pablo Cadevilla el aprendiz Félix García se reúne con él
todos los días al final de la tarde y hasta bien avanzada la noche en casa del
maestro. Nos cuenta varias cosas
de sus inicios en la escuela de Cadevilla llamada “El palomar”. Entre otras
reconoce que se le dificultó el aprendizaje del nuevo “estilo” porque se
había acostumbrado a jugar a una sola mano y la exigencia entonces era a dos
manos. Se le hizo difícil, pero aprendió, recuerda.
Duró muchos años estudiando con el
maestro Pablo Cadevilla. “Eso fue desde el año 38 (1938) o 39… hasta el 47
(1947)”. Comenta Félix García que el entrenamiento era duro ya que
el maestro Cadevilla era un hombre recio y nada suave en la instrucción. Allí
convida entonces a unos amigos y conocidos a aprender el arte. Recuerda entre
ellos, además de Andrés Aguilar y José Presente Rodríguez, también a
Elías Salas, Antonio Parra, Eugenio Camacaro, José Rodríguez, Antonio
Quero, José Escalona, Raúl Pérez, Juan Medina, Rafael Ortiz, José Presente,
José Ramón Rojas y Joaquín Leal. Quince alumnos en total, y comenta con
razonamiento práctico que “…habiendo más alumnos más descansaba yo, porque
jugando yo solo se cansa uno más, porque es más forzado”… De todos ellos
solamente Félix García practicaba directamente con el maestro Cadevilla,
mientras los otros observaban, ya que mostraban cierto temor a practicar con el
maestro dado lo recio de sus lances. En todo caso, Félix García fungía de
monitor de sus compañeros. Algunos continuaron con el aprendizaje y alcanzaron
gran destreza, otros abandonaron. Las prácticas comenzaban a las 4 ó 5 de la
tarde hasta las 8 de la noche, casi todos los días. Luego, algunas veces, hasta
las 10. “Era un solar muy grande. Había arboles de mamón y en el medio del patio
el maestro Pablo colocó un poste, y arriba de ese palo sujetó un bombillo muy
grande… Bueno, primero puso una lámpara de kerosén y después el bombillo... Al
final de la práctica se bebía un poco de cocuy”.
Hace especial mención de dos de
sus compañeros. Ellos son José Presente Rodríguez y Andrés Aguilar. Del
primero, según su opinión, “era muy peleón… y en una pelea le dañaron una
pierna y se preocupaba no le fueran a pegar allí un palazo durante las
prácticas. Vive en la calle 14 con carrera 27… Era un buen jugador de palos…
Era un hombre moreno y muy fuerte”. Por lo demás lo recuerda como contemporáneo
suyo. De Andrés Aguilar nos confiesa que era uno de sus mejores amigos y agrega
que “…Sus últimos años ha estado muy enfermo… “guayao”, como para morirse”. Lo
recuerda como muy buen jugador de palos, y sin embargo dice, no era buscador de
pleitos y más bien tenía “buen carácter”. Eso sí, aclara, “si lo buscaban,
peleaba… Era valiente y no tenía miedo...!”. Cuando nombra a Andrés Aguilar
menciona también a los “quiboreños”. Estos eran vecinos del sector donde ellos
vivían y tenían fama de ser muy brolleros, busca pleitos, y ofensivos con las
palabras.
Ellos, el grupo de Pablo
Cadevilla, habían tenido varios enfrentamientos con ese otro grupo el de los
“quiboreños”. Uno de ellos, no recuerda bien el nombre en ese momento de la
conversación, había peleado con Andrés Aguilar en seis ocasiones y en cada
ocasión Andrés Aguilar vencía. A pesar de ello el otro siempre insistía. Hasta
que un día se desarrolló la “ultima” pelea. Nos cuenta entonces que: “ese día
estaba yo solo… arrecostado en la esquina del bar… uno que estaba ubicado allí
en la Vargas con la 25… entonces se apareció Andrés Aguilar para hacerme
compañía y conversar como algunas tardes en que a veces no practicábamos.
Tendría yo como 24 años entonces. Nosotros llegábamos a ese sitio como a las 5
de la tarde y nos íbanos como a las 9. Compartíamos el final de la tarde entre
hablar en los bares o las prácticas de garrote… Va Andrés Aguilar y me dice: “-¡García
vamos a beber…! Que tengo un hipo desde hace tres meses y creo que esto se me
quita bebiendo”… A lo que acepto la invitación y entonces nos compramos un
litro de aguardiente, de caña clara… En ese sitio se vendía y bebía el licor… Eso a parte de los juegos de
bolas criollas, barajas y también el dominó… entonces, estando allí nosotros se
aparece uno de los quiboreños de nombre Pedro María Jiménez, y entra al
negocio… va e insulta a Andrés Aguilar con unas groserías... Andrés Aguilar se
tomó un trago de aguardiente y se salió del negocio hacia la calle, a lo que
oigo que me dice: “¡¡¡con ese carajo es que yo quiero pelear!!!”. Entonces, va
el “quiboreño” lo ataca con un palo a la cabeza y Andrés se quita… y a la vez
que se quitó va y lo sujetaba por la garganta y le quita el garrote con que lo
atacó, con la otra mano… Luego con ese mismo palo lo puyó varias veces por el
abdomen… por aquí por donde queda el hígado… Luego, va y lo empuja, cae al
suelo y en el suelo le volvió a pegar con el palo”.
Luego de la “última” pelea el
maestro Félix nos dice que al vencido lo recogieron unas mujeres familiares de
este. Lo montaron sobre una sabana y se lo llevaron a una casa, guindado como
en una hamaca. Él como preocupado por su estado de salud lo visito a los días.
Lamentablemente, recuerda, Pedro María Jiménez falleció. Lo que no quedó claro
fue si Andrés Aguilar cumplió condena por el hecho.
De los enfrentamientos con los
“quiboreños” hace remembranza de otros encuentros ocurridos entre ambos bandos.
Todos con un balance positivo a favor de su grupo, el de su maestro Pablo
Cadevilla, el de la escuela “El palomar”.
*Baudilio Ortiz: Nació en El
Tocuyo, el 13 de junio de 1889. Muere en 1995 en Barquisimeto.
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