sábado, 24 de septiembre de 2011

MERCEDES PÉREZ









Me inicié en el arte del juego de garrote con el maestro Eduardo Sanoja el 21 de septiembre de 1989. Día jueves para ser más exacto. El martes anterior había recibido de sus manos como obsequio, eso sí, con el objetivo bien especifico de que lo leyera, un ejemplar del libro “El garrote en nuestras letras” de su coautoría con Irene Zerpa. Ese fue mi iniciar en el camino en el cual compartiría, además de Sanoja, con Ángel Zamora, Ervil Franco, Carlos Arellano (padre), Ramón Sarmiento y eventualmente Alfredo Lobaty y Jacobo Sanoja, y otros tantos buenos amigos más.

Durante mis primeras practicas, cada cierto tiempo, mencionaban a un tal “Mercedes”. Que si esto que si lo otro de ese “señor” a quien yo aún no conocía. Entonces mi curiosidad se volvió certeza al saber que dicho personaje no era más que el “maestro” de mi maestro. Dicen que la curiosidad mató al ratón. Mas sin embargo “pensé” sin dudar en ir algún día a conocer al personaje. Y así fue. Un domingo bien tempano me encontré a casi todos mis compañeros, de los martes y jueves por la noche, compartiendo con “el viejo” Mercedes. Me presentaron ante él y de allí en adelante se hizo habitual mis asistencias a su “patio”. Allí también estaban los hermanos Pérez Wilke, Abel y Alejandro, sus alumnos más jóvenes. Unos “chamitos” para entonces. Y también uno que otro que se acercaba a “aprender” algo con el maestro. Eventualmente, por lo menos una vez al mes, aparecía Livio. Motivo de alegría y orgullo para el viejo. Para él era un honor que alguien de Caracas lo visitase y quisiese aprender lo que él sin mezquindad enseñaba. Mas adelante se integrarían Miguel A. Cordero, Wiston Hidalgo, Yoel Morales, y otros que no siguieron.

Debo confesar, en honor a la verdad, que estaba bastante asustado en mis inicios a su patio porque en mi cabeza revoloteaban expectativas y emociones encontradas. Pero al tiempo fue pasando el “susto” y entré en el canal de la verdad: Al maestro le gustaba enseñar y hacerlo de verdad sin que nada se le pasara por alto. Él quería que uno lo aprendiese todo… Mas eso sí, todo tiene su precio… Se terminaba el entrenamiento con las piernas "más rayadas que un tigre" de tantos toques certeros que “el viejo” propinaba. Los palos “zumbaban como cortando el aire...”
a centímetros de la oreja.

Para él todos eran bienvenidos. Nada era excepción a esa regla suya. Lo único era que no le llegaran muy temprano, es decir antes de las siete de la mañana. Se levantaba muy "de madrugada", a eso de las cinco o antes, y previo a las clases él dedicaba buena parte del tiempo a darle comida a sus gallinas y a su perro guardián; a limpiar “el patio” para acondicionarlo: -“pa´ cuando los muchachos lleguen…”. Y para que no se levantara polvo le rociaba abundante agua, como quién dice “pa aplacá la tierra”.

Son varias  y no pocas la cosas que recuerdo del maestro, que a lo mejor ya han sido dichas antes. Una de ella es que era de extracción campesina, humilde, lo que no restaba en su don de gente y caballerosidad. Era hospitalario y amable con quien lo visitaba. Por lo menos una tacita de café ofrecía. Doña Berta (Norberta) lo traía a la mano del visitante.

No era echón o jactancioso con lo que sabía, en lo que arte del garrote se dice. Sabía lo que tenía y gustaba más que nada ofrecerlo a quien le quisiese aprender sus técnicas. “…el que quiere besar, busca la boca… así esa muchacha esté en Valencia o donde sea…”, decía.

No andaba con un garrote debajo del brazo “por si acaso”, a la usanza de algunos contemporáneos suyos. A la pregunta de ¿por qué usted no lo carga, maestro?,  él respondía: “Las armas las carga el enemigo”. Confiaba plenamente en sus facultades defensivas.

Su mejor “amigo” indudablemente era el arte que sabía. Lo llevaba como quien lleva un pañuelo en el bolsillo de su camisa, y lo saca cuando lo necesite.

Católico. Las tardes del domingo eran sagradas. Se le podía ver de pie detrás de la última banca del lado izquierdo de la capilla del pueblo de La Piedad escuchando la misa. Era impelable. Se hizo  una costumbre más acentuada en sus últimos años de lucidez.

Gustaba de usar las dos manos en cualquier oficio: -“cuando usted le dé diez veces por un lado va y le da diez veces por el otro…” ó –“ay que ser “ambedestro” (ambidiestro) pa´ todo…”

Era “Caraquista”. De Los Leones del Caracas B.B.C. Extraño para un “guaro” quien debería ser fanático de Los Cardenales de Lara. Y mejor no hablarle mal de su equipo. Ni Papá Dios le hubiese podido hacer cambiar de opinión. Su pasión le venía de joven desde que esa franquicia se llamaba entonces “Cervecería Caracas”.

Por lo general no gustaba de consumir licor. De acostarse temprano, eso sí. Sin embargo lo vi echarse “unos tragos” de “guarapita” en el acto de inauguración de la exposición “EL NOBLE JUEGO DEL GARROTE”, en el Museo de Barquisimeto en junio de 1993. Seguramente por la emoción que le embargaba le pidió a Mércida, su hija que le acompañaba, que se lo sirviera en un "vasito".  Gustaba como buen hombre de campo de consumir “chimó”, costumbre que abandonó en sus últimos años.

Y algo muy importante. Era “MALICIOSO” a más no poder. Nos decía que había que estar “mosca”, “alertas”. Le aconsejaba en una oportunidad a su hijo Pedro Pérez Burgos lo siguiente: –“si usté va por una acera y de frente viene un tipo, cámbiese pa´ la otra acera. Si el tipo se cambia, entonces ese tipo le quiere echar una vaina…”. Era su “filosofía de vida”.

Hoy estaría cumpliendo 94 años nuestro recordado y siempre amado Mercedes Pérez. El GRAN MAESTRO. “El tigre de La Piedad” como lo llamaría el maestro Eduardo Sanoja alguna vez. Y digo gran maestro no con exageración y adulancia sino porque él era, así como excelente jugador de garrotes, todo un caballero, un señor. Hombre franco y de verbo sincero. Si mal no recuerdo nunca le oí decir una exageración o una mentira. Menos una mala palabra u ofensa. Él era demasiado honesto con su palabra y tanto es así que siempre se le escuchaba sobre su juego decir: -“yo enseño todo lo que tengo. No me guardo nada” “aquí el que quiere venir a aprender, yo le enseño lo que sé”. Ese era Mercedes Pérez. Mercedes. Extraño nombre para un hombre. Más porque quizás nació el día de celebración de “Nuestra señora de la Merced”, es decir el 24 de septiembre. Sus padres (Toribio Pérez Torrealba y Anastasia Amaro) o alguno de ellos lo decidieron así. Pero que va. Ni aun con ese nombre se le resto su hombría y valentía.

Lo que escribo me da cierta nostalgia. Me vienen recuerdos de tantas cosas. Sobre todo de su lamentable enfermedad que provoco su postración en su “perezosa”, cama que colocaban sus familiares bajo un techo con vista hacia el patio, en donde el viejo pasaba horas y horas de conciencia “perdida”. Alzheimer. Cuando le visitaba algunas veces entre días de semana doña Berta, su esposa ya fallecida, y alguna de sus hijas me decían que no reconocía a nadie. Que no escuchaba… Mas sin embargo, una tarde de visita él nos dio tremenda sorpresa. Producto, quizás de un lapsus de lucidez, mientras le acariciaba sus pies desnudos pronunció: -¡Eitor (Héctor), viniste! Sorpresa para los presentes y para mí. Mi reacción de asombro produjo llanto y satisfacción: El viejo Mercedes no se rendía…

Lamentablemente para mí no pude asistir a su funeral y sepultura. Casualidades. Se me había muerto también un allegado muy importante. Y no supe por la distracción de esa situación de que ese día también había muerto Mercedes. Quince días después un amigo me habló de ello. Lo lamente mucho durante bastante tiempo.

A todos los que asistíamos durante un buen tiempo a sus clases nos acobijó como hijos suyos y eso nos lo decía y hacía sentir. Se convirtió para algunos de nosotros como un padre o ese abuelo sabio que quizás no llegamos a tener y disfrutar. Más que lujo de “abuelo” diría yo ahora.

Anoche conversé por teléfono con su hijo Pedro Pérez y recordamos muchas cosas más. Le envió saludos a todos a los que no había vuelto ver. Hoy celebro su cumpleaños e imagino que también muchos de mis antiguos compañeros que lo recuerdan. El próximo 29 de este mes de septiembre será para recordar que hace ocho años dejaron de  “roncar”  sus garrotazos… “como cortando el aire”…

HECTOR RAMOS BARRIOS

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